La industria del espectáculo en México va más allá de sólo producir entretenimiento, considero que el espectáculo en nuestro país es el principal referente de nuestra identidad. El público asiste o consume motivado por la necesidad de pertenencia, a su vez la relación amor-odio entre los gestores de entretenimiento y la sociedad juega un papel importante en la construcción de una identidad nacional; por supuesto, otro factor relevante radica en la forma de asimilar dichas representaciones de nuestra idiosincrasia.
Cómo entender o definir una identidad en un país que funge como "patio trasero” de otro, así nos dicen en Estados Unidos y nosotros lo aceptamos, "ay, pobrecitos mexicanos que no sabemos de dónde vinimos ni quiénes somos. Por culpa de la maldita Malinche que se acostó con el maldito Hernán Cortés, perdimos hasta la madre" (Bolaños, 2001). Y lo anterior viene a razón de que un país con sentimiento de no saber ni quién lo parió, queda por ende expuesto al vacío existencial que solamente el sentido de pertenencia puede llenar. Como diría Chespirito, "¿y ahora quién podrá defendernos?", ningún otro cuestionamiento podría plantear un terreno tan fértil para aprovechar un llamado tan desesperado, y al rescate vienen los showman's, aquellos que se auto proclaman iluminados, tocados por la madre "creatividad" y construyen los cimientos de un gran performance mexicano, en el que vivimos todos los días.
El problema, como lo expone Cecilia Eudave, es que la formación de una identidad sigue un trayecto que no siempre es satisfactorio "por las exigencias de un exterior que lleva un tiempo histórico disímil al nuestro" (2007). Dado que la identidad en principio es un vector diferenciador por excelencia, cómo diferenciarnos cuando la gran mayoría de la población tiene como referente cultural la televisión abierta, la cual basa la concepción de sus productos en copiar otros creados en el extranjero. Ésta en un intento por "atrapar" al espectador tropicaliza contenidos descontextualizados, creando esperpentos por los que ni el mismo monstruo de Frankenstein sentiría la menor empatía. El por qué estos productos siguen permaneciendo como oferta, nos lleva a concretizar la ignorancia en la que se encuentra sumido el pueblo, perfecta para el funcionamiento de otro tipo de espectáculo del que somos participes, el que nos brindan los gobiernos.
Siempre me ha parecido interesante la relación amor-odio entre las celebridades y la sociedad que los consume y les confiere una posición en los rankings. Parte fundamental en esta relación es el constante soy como tú y por ello debes comprarme, tú no eres como yo y por ello no puedes acercarte a mí. Muestras de una generalización y exaltación de la frivolidad, consecuencia de la banalización de la cultura, mismo que se alimenta de lo que el periodismo irresponsable disfruta, el escándalo. La superficialidad de los contenidos se justifica en el propósito de llegar al mayor número de personas, ésto lo tienen los realizadores tan asimilado, que la oferta a la que la población tiene acceso es a una cultura light, conformada por productos que exigen el mínimo esfuerzo intelectual. En el texto La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa se establece en tono pesimista que “nos han deparado el privilegio de convertir al entretenimiento pasajero en la aspiración suprema de la vida humana” (2009). De ahí que los caracteres culturales de los propios productos establezcan una relación paternalista entre productor y consumidor. Como lo plantea Umberto Eco, ésta puede permanecer inalterada, sobre todo en el caso de que los espectáculos se hallen en manos no de grupos de poder económico, sino de grupos de poder político, pero todo ésto sirve para mostrarnos que la construcción de la identidad es en sí “un hecho industrial, y como tal, experimenta condicionamientos típicos de cualquier actividad industrial” (2006). Lo cual en mi experiencia como gestor y promotor, me remite a festivales y eventos creados por encargo como tácticas para construir una imagen, no sólo de la organización que auspicia, la estrategia va más allá y propone moldear o reforzar la identidad de la audiencia en determinada región.
Expuesto todo lo anterior, habría que poner especial atención a la forma de asimilar las manifestaciones del espectáculo, pues en el tema de la identidad social, hay que tener en cuenta que nuestra identificación con los diversos grupos que conforman nuestra sociedad puede ejercer una influencia poderosa en nuestros pensamientos y a través de ellos, también en nuestros actos. Tomando en cuenta lo que Amartya Sen propone en su escrito La otra gente. Más allá de la identidad, estamos conformados por una serie de identidades, mismas que elegimos en su mayoría por la viabilidad con la que se nos presentan, las cuales usamos de acuerdo al contexto. Lo que quizá es más importante es la prioridad que le daremos a las diversas identidades que poseemos. Podemos por consiguiente proponer una identidad fundamental compuesta por estas variantes, sin embargo es difícil aceptar que no podemos elegir realmente y sólo podemos descubrirla, pues como lo explica Sen “La identidad precede al razonamiento y a la posibilidad de elegir” (2001).
Por tanto, puedo afirmar que sí, la identidad del mexicano está claramente ligada a la oferta del entretenimiento que consume. A su vez el espectáculo lo representa y lo controla, haciéndole creer que es él quien elige lo que “quiere” ver o escuchar. Y en base a mi experiencia como productor, afirmo que en la actualidad para la industria, el sistema no podría funcionar en México de otra manera, al menos no en un sentido comercial.
¿Ustedes qué opinan?
Referencias
Bolaños, L. (2001). La identidad perdida y otros mitos. México: Editorial Vila.
Eco, U. (2006). Apocalípticos e integrados. México: Tusquets Editores México.
Eudave, C. (2007). Identidad: Análisis y reflexiones sobre textos hispanoamericanos. Guadalajara: Universidad de Guadalajara.
Sen, A. (2001). La otra gente. Más allá de la identidad. Letras Libres, 34,93-95.
Vargas, M. (2009). La civilización del espectáculo. Editorial Alfaguara.
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